Hernando Colón

Historia del Almirante

 

Edición de Luis Arranz Márquez

Dastin

Madrid 2000

versión polaca

 

 

 

 

Capítulo primero

De la patria, origen y nombre del Almirante Cristóbal Colón

[p. 49]

Por cuanto una de las cosas principales que se requiere a la historia de todo hombre cuerdo, es que se sepa su patria y origen, porque suelen ser más estimados aquellos que proceden de grandes ciudades y de generosos ascendientes, algunos querían que yo me ocupase en declarar y decir cómo el Almirante procedió de sangre ilustre, aunque sus padres, por mala fortuna, hubiesen venido a grande necesidad y pobreza, y que hubiese mostrado cómo procedían de aquel Colón, de quien Cornelio Tácito, en el principio del duodécimo libro de su obra, dice que llevó preso a Roma al Rey Mitridates, por lo cual, dice que a Colón fueron dados, al pueblo, las dignidades Consulares y las Águilas, y tribunal o tienda Consular; y querían que yo hiciese gran cuenta de aquellos dos ilustres Colones sus parientes, de quienes el Sabélico escribe una grande victoria contra vecenianos alcanzada, según en el quinto capítulo por nos se dirá (…).

 

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Capítulo III

De la disposición de cuerpo del Almirante y de las ciencias que aprendió

[p. 56]

 

Dejando otras particularidades que en el contexto de la historia podrían ser escritas a su tiempo, pasaremos a contar las ciencias a que más se aplicó, y diré que siendo de pocos años aprendió las letras y estudió en Pavía lo que le bastó para entender los cosmógrafos, a cuya lección fue muy aficionado, y por cuyo respeto se entregó también a la astrología y geometría; porque tienen estas ciencias tal conexión entre sí, que no puede estar la una sin la otra, y aun Ptolomeo en el principio de su Cosmografía, dice que ninguno puede ser buen cosmógrafo, si también no fuere pintor. Supo también hacer disenos para plantar las tierras y fijar los cuerpos cosmográficos en plano y redondo.

 

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Capítulo IV

De los ejercicios en que se ocupó el Almirante antes de venir a España

[p. 58]

Asimismo en una Memoria o anotación que hizo, mostrando ser habitables todas las cinco zonas, probándolo con la experiencia de las navegaciones, dice: «Yo navegué el año de cuatrocientos y setenta y siete, en el mes de Hebrero, ultra Tile, isla, cien leguas, cuya parte austral dista del equinoccial setenta y tres grados, y no sesenta y tres, como algunos dicen, y no está dentro de la línea que incluye el occidente, como dice Ptolomeo, sino mucho más occidental, y a esta isla, que es tan grande como Inglaterra, van los ingleses con mercadería, especialmente los de Bristol, y al tiempo que yo a ella fui, no estaba congelado el mar, aunque había grandísimas mareas, tanto que en algunas partes dos veces al día subía veinte y cinco brazas, y descendía otras tantas en altura.»

Verdad es que Tile, de quien Ptolomeo hace mención, está en el sitio donde dice y hoy se llama Frislanda; y más adelante, probando que la Equinocial es habitable, también dice: «Yo estuve en el castillo de San Jorge de la Mina del Rey de Portugal, que está debajo de la Equinocial, y soy buen testigo de que no es inhabitable, como quieren algunos»; y en el libro del primer viaje, dice «que vio algunas sirenas en la costa de la Manegueta, aunque no eran tan semejantes a las mujeres como las pintan» (…).

 

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Capítulo V

De la venida del Almirante a España y de lo que le sucedió en Portugal, que fue la causa del descubrimiento que hizo de las Indias

[pp. 59-60]

Cuanto al principio y motivo de la venida del Almirante a España, y de haberse él dado a las cosas de la mar, fue causa un hombre señalado de su nombre y familia, llamado Colombo, muy nombrado por la mar por causa de la armada que él traía contra los infieles, y también por causa de su patria, tal que con su nombre espantaban a los niños en la cuna; cuya persona y armada es de creer que fuesen muy grandes, pues que una vez tomó cuatro galeras gruesas venecianas, cuya grandeza y fortaleza no habría creído sino quien las hubiese visto armadas. Este fue llamado Colombo el Mozo, a diferencia de otro que antes había sido gran hombre por la mar. Del cual Colombo el Mozo escribe Marco Antonio Sabélico, que ha sido otro Tito Livio en nuestros tiempos, en el libro octavo de la décima Década, que cerca del tiempo en que Maximiliano, hijo de Federico Tercero Emperador, fue electo Rey de Romanos, fue enviado desde [-59;60-] Venecia a Portugal, por Embajador Jerónimo Donato, para que en nombre público de aquella Señoría diese gracias al Rey D. Juan el Segundo, porque él había vestido y socorrido a toda la chusma y hombres de las dichas galeras gruesas que volvían de Flandes, dándoles ayuda con que pudiesen tornar a Venecia; porque aconteció que ellos habían sido vencidos cerca de Lisboa por Colombo el Mozo, corsario famoso, que los había despojado y echado en tierra.  

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Capítulo VI

La principal causa que movió al Almirante a creer que podía descubrir las Indias

[pp. 63-64]

Llegando a decir las causas que movieron al Almirante al descubrimiento de las Indias, digo que fueron tres, a saber: fundamentos naturales», la autoridad de los escritores y los indicios de los navegantes. En cuanto al primero, que es razón natural, digo que él consideró que toda el agua y la tierra del universo constituían y formaban una esfera, que podía rodearse de Oriente a Occidente caminando los hombres por ella hasta llegar a estar pies con pies, unos con otros en cualquier parte donde se hallasen opuestos; lo segundo, presupuso y reconoció por autores aprobados que ya se había navegado gran parte de esta esfera, y que para descubrirla y manifestarla toda, no quedaba más de aquel espacio que había al fin Oriente de la India, el cual conocieron Ptolomeo y Marino siguiendo la vía de Oriente, y volverían por nuestro Occidente a las islas de los Azores y de Cabo Verde, que eran entonces la tierra más Occidental descubierta. Lo tercero, consideraba que este espacio referido que está entre el fin oriental, conocido de Marino, y las dichas islas de Cabo Verde, no podía ser más de la tercia parte del círculo mayor de la esfera, pues ya el dicho Marino había descrito hacia Oriente 15 horas o partes de 24 que hay en la redondez del universo, y para llegar a las islas referidas de Cabo Verde faltaban cerca de ocho, porque ni aun el dicho Marino empezó su descripción tan al Poniente. Lo cuarto, hizo cuenta de que habiendo Marino escrito en su Cosmografía, 15 horas o partes de la esfera hacia Oriente, aún no había llegado al fin de la tierra oriental, y la razón precisaba a creer que este fin estuviese más [-63;64-] adelante, y consiguientemente cuanto más se extendiese hacia Oriente, tanto más vendría a estar más cercano por nuestro Occidente a las islas de Cabo Verde; de suerte que si fuese mar este espacio, pudiera navegarse fácilmente en pocos días; y si fuese tierra, se descubriría más presto por el mismo Occidente, porque vendría a estar cercana a las mismas islas. A esta razón se junta lo que dice Estrabón en el libro XV de su Cosmografía, que ninguno ha llegado con ejército al fin oriental de la India, el cual afirma Ctesias ser tan grande como toda la otra parte de Asia; y Onesicrito afirma ser la tercera parte de la esfera; Nearco, haber cuatro meses de camino, por llano; sin lo que Plinio, en el capítulo XVIII del libro VI, cuenta de ser la India la tercera parte de la tierra; de modo que argüía ser ocasión tal grandeza de que estuviésemos más vecinos a nuestra España por Occidente. La quinta consideración que hacía creer más que aquel espacio fuese pequeño, era la opinión de Alfragano y los que le siguen, que pone la redondez de la tierra mucho menor que los demás autores y cosmógrafos, no atribuyendo a cada grado de ella más que 56 millas y dos tercios; de cuya opinión infería el Almirante que siendo pequeña toda la esfera, de fuerza había de ser pequeño el espacio que Marino dejaba por ignoto, y en poco tiempo navegado; de que infería asimismo que, pues aun todavía no estaba descubierto el fin oriental de la India, sería aquel fin el que está cerca de nosotros por Occidente; y por esta razón podrían llamarse justamente Indias las tierras que descubriesen (…).

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Capítulo VII

La segunda causa que movió al Almirante a descubrir las Indias

[pp. 65-67]

El segundo fundamento que dio ánimo al Almirante para la empresa referida, y por el que razonablemente pueden llamarse Indias las tierras que descubrió, fue la autoridad de muchos hombres doctos, que dijeron que desde el fin occidental de África y España podía navegarse por el Occidente hasta el fin Oriental de la India, y que no era muy gran mar el que estaba en medio, como afirma Aristóteles en el libro 2, Del Cielo y del Mundo, donde dice que desde las Indias se puede pasar a Cádiz en pocos días, lo cual también prueba Averroes sobre el mismo lugar, y Séneca en los Naturales, libro I, teniendo por nada lo que en este mundo se aprende, respecto de lo que se adquiere en la otra vida, dice que desde las últimas partes de España pudiera pasar un navio a las Indias en pocos días con vientos; y si como algunos quieren, hizo este Séneca las tragedias, podemos decir que a este propósito dijo en el coro de la tragedia de Medea:

«Venient annis

Sécula seris, quibus Occeanus

Vincula rerum laxet, et ingens [-65;66-]

Pateat tellus, Tiphisque novos

Detegat orbes, nec sit Terris

Ultima Thule.» (latín)

que quiere decir: «en los últimos años vendrán siglos en que el Océano aflojará las ligaduras y cadenas de las cosas, y se descubrirá una gran tierra, y otro como Tiphis; descubrirá Nuevos Mundos, y no será Thule la última de la tierra»; lo cual se tiene por muy cierto haberse cumplido ahora en la persona del Almirante.

Estrabón, en el primer libro de su Cosmografía, dice que el Océano circunda toda la tierra y que al Oriente baña la India y al Occidente, España y Mauritania, y que si no lo impidiese la grandeza del Atlántico, pudiera navegarse de un sitio a otro por el mismo paralelo; y lo vuelve a decir en el libro 2. También Plinio, en el segundo libro de la Historia Natural, cap. CXI, dice también que el Océano rodea toda la tierra, y que su anchura de Oriente a Poniente, es la de la India a Cádiz. El mismo, en el capítulo 31 del libro VI, y Solino en el capítulo 68 De las cosas memorables del mundo, dicen que desde las islas Gorgóneas, que se cree ser las de Cabo Verde, hay cuarenta días de navegación, por el mar Atlántico hasta las islas Hespérides, las cuales tuvo por cierto el Almirante que fuesen las de las Indias.

Marco Polo, veneciano, y Juan de Mandavila, en sus Viajes, dicen que pasaron mucho más adentro del Oriente de lo que escriben Ptolomeo y Marino; y aunque suceda que no hablen del mar occidental, puede argüirse por lo que describen del Oriente que la India esté vecina a África y España; y Pedro de Aliaco en el Tratado de la imagen del Mundo, De quantitate terrae habilitabilis, capítulo 8, Julio Capitolinos, de los Lugares habitables, y en otros muchos tratados, dicen que la India y España son vecinas por Occidente; y en el capítulo 19 de su Cosmografía, dice estas palabras: «Según los filósofos y [-66;67-] Plinio, el Océano, que se extiende entre los fines de España y del África Occidental, y entre el principio de la India, hacia Oriente, no tiene muy largo intervalo, y se tiene por muy cierto que se puede navegar de una parte a otra en pocos días con viento próspero; por lo cual el principio de la India por Oriente no puede distar mucho del fin del África, por Occidente.»

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Capítulo IX

La tercera causa y conjetura que en algún modo incitó al. Almirante a descubrir las Indias

[pp. 73-74]

Pedro Correa, casado con una hermana de la mujer del Almirante, le dijo que él había visto en la isla de Puerto Santo, otro madero, llevado por los mismos vientos, bien labrado como el anterior; y que igualmente habían llegado cañas tan gruesas que de un nudo a otro cabían nueve garrafas de vino. Dice que afirmaba lo mismo el Rey de Portugal, y que hablando con éste de tales cosas se las mostró; y no habiendo parajes en estas partes, donde nazcan semejantes cañas, era cierto que los vientos las habían llevado de algunas islas vecinas, o acaso de las Indias; pues Ptolomeo, lib. primero de su Cosmografía, capítulo 17, dice que en las partes orientales de las Indias hay de estas cañas. (…) No sólo había entonces estos indicios, que en algún modo parecían razonables, pues no faltaba quien decía haber visto algunas islas, entre los cuales hubo un Antonio Leme, casado en la isla de la Madera, quien le contó que habiendo navegado muy adelante hacia Occidente había visto tres islas. El Almirante no se fió de lo que le decía, porque conoció, prosiguiendo la conversación, haber navegado a lo más cien leguas al Poniente, y podía engañarse, teniendo por islas algunas grandes rocas, que por estar muy lejos, no pudo distinguir; imaginaba también que estas podían ser las islas movibles, de que habla Plinio, cap. 97, libro II de su Historia natural, diciendo que en las regiones septentrionales el mar descubría algunas tierras cubiertas de árboles de muy gruesas raíces entretejidas, que lleva el viento a diversas partes del mar como islas o almadías; de las cuales, queriendo Séneca, lib. 3 de los Naturales, dar la razón, dice que son de piedra tan fofa y ligera, que nadan en el agua las que se forman en la [-73;74-] India. De modo que, aunque resultase verdad que el dicho Antonio de Leme había visto alguna isla, creía el Almirante que no podía ser otra que alguna de las mencionadas, como se presume fueron aquellas denominadas de San Brandan, en las cuales, se refiere haberse visto muchas maravillas.

(…) Por cuyos indicios, en las cartas y mapamundis que antiguamente se hacían, ponían algunas islas por aquellos parajes, y especialmente porque Aristóteles, en el libro De las cosas naturales maravillosas, afirma que se decía que algunos mercaderes cartagineses habían navegado por el mar Atlántico a una isla fértilísima, como adelante diremos más copiosamente, cuya isla ponían algunos portugueses en sus cartas con nombre de Antilla, aunque no se conformaba en el sitio con Aristóteles, pero ninguno la colocaba más de doscientas leguas al Occidente frente a Canarias y a la isla de los Azores, y han por hecho cierto que es la isla de las Siete Ciudades, poblada por los portugueses al tiempo que los moros quitaron España al Rey D. Rodrigo, esto es, en el año 714 del nacimiento de Cristo.

 

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Capítulo X

Se demuestra ser falso que los españoles tuviesen antiguamente el dominio de las Indias, como Gonzalo Fernández de Oviedo se esfuerza en probar en sus Historias

[pp. 77-84]

Si lo que habernos dicho acerca de tantas islas y tierras imaginadas por personas que casi fueron de nuestros días, consta ser fábula y vanidad, ¿cuánto más se deberá estimar falso lo que Gonzalo Fernández de Oviedo imagina en el tercer capítulo de su Historia natural de las Indias? Al cual parece, con cierta fantasía que cuenta, haber probado que antes hubo otro autor de la navegación, al Occidente, y que los españoles tuvieron el dominio de aquellas tierras, aduciendo como prueba de su intento lo que Aristóteles dice de la isla de Atlante, y Seboso, de las Hespéridas. Lo que aquél afirma, según la opinión de algunos cuyos escritos hemos bien pesado y examinado, es tan sin razón y fundamento que habría pasado en silencio tal razonamiento, para no reprender a ninguno y no ser enojoso a los lectores, si no hubiese considerado que algunos, por disminuir el honor y la gloria del Almirante, juzgan de grande aprecio y [-77;78-] valor tales fantasías; por lo cual, al querer demostrar con pura verdad los indicios y la autoridad que movieron al Almirante a llevar esta empresa, quiero que no parezca que dejo de satisfacer a quien tanto debo, olvidando tamaña mentira, cuya falsedad me consta. Por donde, a fin de manifestar mejor tal error, quiero primeramente recitar lo que Aristóteles dice acerca de esto, como lo expone Fr. Teófilo de Ferraris, el cual, entre las proposiciones de Aristóteles que reunió y puso en un libro rotulado De admirandis in Natura auditis, hay un capítulo que contiene lo que sigue: «Dícese que en el mar Atlántico, más allá de las Columnas de Hércules, fue antiguamente hallada cierta isla, por algunos mercaderes cartagineses, la que jamás había sido habitada sino por bestias salvajes. Era toda una selva, llena de árboles, con muchos ríos aptos para ser navegados y abundantísima de todas las cosas que suele producir la Naturaleza, si bien distaba de tierra firme bastantes días de navegación.»

Aconteció que arribados allí algunos mercaderes cartagineses, viendo que la tierra era buena, tanto por su fertilidad como por la templanza del aire, se establecieron en ella. Pero indignarlo, después, por esto, el senado cartaginés mandó pronto, por decreto público, que de allí en adelante, bajo pena de muerte, nadie fuese a dicha isla; y que los que primeramente habían ido, fuesen condenados a muerte, para que la fama de aquélla no pasase a otras naciones, y no tomase allí posesión algún imperio más fuerte, de modo que la isla llegase a ser contraria y enemiga de la libertad de Cartago. Ahora que yo he trasladado fielmente esta autoridad, quiero decir las razones que me mueven a decir que Oviedo no tiene justa causa para afirmar que esta isla sea la Española, o la de Cuba, como él asegura. Lo primero, porque no entendiendo Gonzalo Fernández de Oviedo la lengua latina, por fuerza se acogió a la declaración que alguno le hizo de dicho testimonio, el cual, por lo que se ve, no debía saber muy bien traducir de una lengua a la otra, pues mudó y alteró el texto latino en muchas cosas que quizás engañaron a Oviedo y le movieron a creer que esta autoridad hablaba de alguna isla de las Indias; porque en el texto latino no se lee que aquellos navegantes saliesen del estrecho de Gibraltar, como Oviedo narra, ni tampoco que la isla fuese .grande y crecidos sus árboles, sino que era una isla de muchos árboles. Ni allí se lee que los ríos fuesen maravillosos, ni se habla de su fertilidad, ni [-78;79-] se dice que estuviese más remota de África que de Europa, sino solamente que era lejana de tierra firme; ni añade que ellos fundaron pueblos, porque pocas podían fabricar los mercaderes que por casualidad arribaron a ella; ni dice que fuese grande la fama de la isla, sino que se dudaba que su noticia anduviese en otras naciones. De modo que habiendo tanta ignorancia en el intérprete que expuso dicha autoridad, de aquí vino que Oviedo imaginase otra cosa distinta de lo que era en realidad; y, si este quisiese decir que en el texto de Aristóteles se lee de otra manera, y que lo que el fraile puso era como compendio de lo que escribió Aristóteles, yo le demandaré, quién le ha hecho juez para dar tantos reinos a quien le place, y quitar su honor a quien bien lo adquirió; y que no debía contentarse con leer dicha autoridad puesta en el cartapacio del fraile, sino que debía verla en la misma fuente, en las obras de Aristóteles. Además, que acerca de esto le fue hecha una desdichada relación en el caso, porque aunque Teófilo en todos sus otros libros siga a Aristóteles, poniendo el compendio o sustancia de lo que éste dice, en el libro De admirandis no lo hizo así, pues afirma él mismo en el principio que no hace un compendio de Aristóteles, en su libro, según que había hecho en los otros, sino que allí pone todo palabra por palabra, para que no pueda decirse que había más o menos en Aristóteles, de lo que él dejó escrito. Agregúese a esto que Antonio Beccaria, veronés, que tradujo este libro del griego en latín, de cuya versión se valió Teófilo, no lo trasladó tan fielmente que no pusiese más de cuatro cosas diversamente del texto griego, como verá cualquiera que se fije en ello.

En segundo lugar, digo, que aunque Aristóteles hubiese escrito esto como lo expone Teófilo, Aristóteles no aduce autor, sino como cosa sin fundamento dice: fertur. Lo que significa que escribió aquello que narra acerca de esta isla, como cosa dudosa y sin fundamento. Escribe también como de hecho acontecido, no hacía poco, sino mucho tiempo, diciendo: nárrase que antiguamente se encontró una isla; pero se podría decir con un proverbio, que, a largos caminos, grandes mentiras. Cuyo proverbio es más verdadero cuando en aquello que se cuenta hay circunstancias que no se conforman con la razón, como se nota en el decir que dicha isla era muy abundante en todas las cosas, pero que siempre estuvo despoblada, lo cual no es verosímil, ni compatible, porque la abundancia de las tierras no procede [-79;80] sino del cultivo de los pobladores, y donde no se habita, no solamente no nace cosa alguna por sí, sino que las domésticas se convierten en salvajes y estériles. Ni menos es verosímil que desagradase a los cartagineses que su gente hubiese hallado una tal isla, y que matase a los descubridores; porque si estaba tan apartada de Cartago como lo están las Indias, en vano se temía que aquellos que la habitasen viniesen a conquistar Cartago. A no ser, como Oviedo afirma, que los españoles que poseyeron en otro tiempo aquellas islas, no quisieron afincar allí; que los cartagineses eran profetas, y que ahora se cumplió dicho temor y su profecía, cuando tomó el César a Túnez, o Cartago, con dineros traídos de las Indias. Yo estoy seguro de que dijo esto por hacerse más grato, y lograr más favores de los que consiguió por admitir semejante novela; pero lo impidió el haber ya publicado su libro. De modo que cualquier hombre prudente comprende que es una fábula el decir que ya no se supo más de dicha isla por abandonar los cartagineses el dominio y la navegación, por miedo que otros se la quitaran y viniesen después a combatir su libertad; porque mayor temor de esto les debían dar Sicilia y Cerdeña, que distaban dos jornadas por mar de su ciudad, mientras que de ésta a la Española hay la tercera parte del mundo. Y si se dijese sospechar los cartagineses que las riquezas de dicha tierra podían hacer fuertes a sus enemigos, de tal modo que luego les causaran daño, replico que más bien tenían ocasión de esperar, siendo ellos dueños de tales riquezas, poder acometer y sojuzgar a los que quisieran, y que si dejaban desierta aquella isla, quedaría en poder de otros el descubrirla, de donde resultaría para ellos el mismo daño que recelaban; antes bien, debían fortificarla pronto y custodiar su navegación, como sabemos hicieron otras veces en casos semejantes; porque habiendo descubierto las islas que entonces se llamaban Casitérides, y nosotros denominamos de los Azores, tuvieron mucho tiempo secreta la navegación, con motivo del estaño que de allí traían, como refiere Estrabón al fin del libro tercero de su Cosmografía. Por donde, aunque fuese verdadero que Aristóteles había escrito esta fábula, se podría decir que refirió lo que dice de dicha navegación, a las islas de los Azores, y que por falsa inteligencia o por la grande antigüedad, o por la pasión que ciega los hombres, ahora Oviedo argumenta que se deba entender de las Indias que hoy día poseemos, y no de dichas [-80;81] islas Azores o de alguna de ellas, Y si se me replicase que esto no puede ser, porque Estrabón no dice que fueron cartagineses quienes poseyeron las dichas islas de los Azores, sino fenicios, y que traficaban con Cádiz, digo que por haber venido los cartagineses de Fenicia con su reina Dido, en aquel tiempo eran llamados fenicios, corno ahora llamamos españoles a los cristianos que nacen y habitan en las mismas Indias. Y si tornasen a replicar que el testimonio de Aristóteles, al nombrar esta isla, dice que contenía muchos ríos muy aptos para la navegación, los cuales no hay en las islas de los Azores, sino más bien en Cuba y en la Española, respondo que, si queremos mirar a esto, agreguemos que en ella había muchos animales salvajes que no había en la Española; y puede bien suceder que en una cosa tan antigua hubiese equivocación al referir tal particularidad, como en la mayor parte de estas cosas inciertas de la antigüedad suele suceder. Ahora bien, ni Cuba, ni la Española tienen ríos aptos para ser navegados, como dice aquel texto; en alguno de los mayores ríos de estas islas puede entrar cualquier navio, pero no navegar por él cómodamente; aparte cíe que, según dijimos, aunque éste fuese de Aristóteles, pociría estar equivocado, y haberse escrito navigandum, en lugar de potandum; lo cual convenia mejor a lo que se trataba, alabándola tanto de abundante en agua para beber como de fertilidad de frutos para comer. Esto bien podía suceder en alguna de estas otras islas de los Azores, y con más razón, porque ni Cuba, ni la Española, están en lugar ni en parte donde los cartagineses, o por vecindad, o por desventura, pudieran ser llevados; y si a los que con sólo este fin se arriesgaron a buscarlas con el Almirante pareció tan larga la navegación que resueltamente querían volverse, ¿cuánto mayor parecería a los que no tenían intención de hacer tan dilatado viaje, pues aunque el viento les hubiera sido favorable tenían que volver a su país? Ni se ve tempestad que dure tanto que lleve una nave de Cádiz a la Española por fuerza del viento. Menos es verosímil que, pues eran mercaderes, tuviesen pensamiento ni voluntad de alejarse de España, o de Cartago, más de lo que el viento les obligase, especialmente entonces que no se hacían ni se emprendían las navegaciones con la facilidad de hoy. Por lo cual, muy pequeña navegación parecía grande en aquellos tiempos, como vemos por lo que se lee del viaje que hizo Jasón, desde Gracia a Colcos, [-81;82-] y por el de Ulises en el Mediterráneo, los cuales emplearon muchos años y fueron por esto tan nombrados que los más excelentes poetas los han cantado, por la poca experiencia que entonces tenían del mar; hasta que ya, en nuestra edad, ha progresado tanto como se ha visto por aquellos que tuvieron el atrevimiento de circundar el mundo, contra lo que se solía decir por proverbio: Quien va al cabo de Non, o tomará o non; cuyo cabo es un promontorio de Berbería, no muy distante de Canarias. Además, es un manifiesto error pensar que Cuba o la Española podían ser la isla donde fueron llevados los mercaderes por una tempestad, porque actualmente se sabe con certeza que es imposible llegar a ellas sin encontrar antes otras muchas islas que las rodean por todas partes. Pero, aunque se quisiese decir que aquella tierra o isla no era alguna de las islas de los Azores, según lo que afirmamos antes, podría juntarse una mentira con otra, diciendo que aquella tierra era la isla de la que Séneca, en el libro sexto de sus Naturales, hace mención, donde narra que, según escribe Tucídides, en tiempo de la guerra del Peloponeso se sumergió del todo, o por la mayor parte, una isla llamada Atlántida, de la cual hace mención también Platón en su Timeo. Pero, pues va hemos razonado largamente acerca de esta fábula, pasaremos a otro capítulo, donde dice que los españoles tuvieron antiguamente el dominio de dichas Indias, fundando su pensamiento sobre lo que escriben Stacio y Seboso, a saber, que ciertas islas llamadas Hespéridas estaban a cuarenta días de navegación de las islas de las Gorgonas; y de aquí argumenta que pues aquellas, forzosamente, han de ser las Indias, Y se llaman Hespéridas, tal nombre lo tomaron de Héspero, rey que fue de España, y que por consiguiente, los españoles fueron señores de dichas tierras. De modo que bien considerado su decir, quiere de una autoridad incierta sacar tres conclusiones verdaderas, no conformándose mucho con la autoridad de Séneca, que en el libro sexto de sus Naturales, hablando de tales asuntos, dice ser difícil deducir alguna cosa cierta y determinada de aquello que se ha de considerar como conjetura; cual sucede en esto a Oviedo, pues de las islas llamadas Hespéridos, solamente elijo Seboso la parte hacia donde estaban, pero sin afirmar que sean las Indias, ni de quién hayan sido sojuzgadas y nombradas. Y si Oviedo afirma que Héspero fue rey de España, pero no que diese nombre a España o Italia. Pero [-82;83-] habiendo conocido Oviedo, como historiador verídico, que dicho pasaje falta en Seboso, se atuvo a Higinio, si bien cautamente, no especificando en qué libro, ni en qué capítulo; y así aleja, como se dice, los testimonios, porque, en efecto, no se encuentra pasaje donde Higinio diga tal cosa, antes bien, en un solo libro que de él se conserva, intitulado De poética Astronomía, no sólo no pone tales palabras, sino que en tres lugares donde habla de las Hespéridos, dice así; a Hércules se le pinta en actitud de matar el dragón que guardaba las Hesperides. Y más adelante dice que habiendo Euristeo mandado a Hércules por las manzanas de oro a las Hespérides, y no sabiendo el camino, fue a Prometeo, que estaba en el monte Cáucaso, y le rogó que le enseñase el itinerario, de lo que se ocasionó la muerte del dragón. De donde, según esto, tendremos otras Hespéridos al oriente, a las cuales podría mejor decir Oviedo que Héspero, rey de España, les dio su nombre. Añade más adelante Higinio, en el capítulo de los planetas, que por muchas historias es manifiesto ser llamado Héspero el planeta Venus, porque se pone poco después que el sol. De todo lo cual podemos inferior que si de persona acostumbrada a contar fábulas de poetas, como Higinio, debiéramos tomar autoridad o indicio alguno, esto hace más contra Oviedo que en pro de lo que éste aduce de Higinio, y podemos afirmar y presumir que se llamaron Hespéridos por dicha estrella; como por la misma causa los griegos llamaron a Italia Hesperia, según escriben muchos, así diremos que Seboso llamó a aquellas islas Hespérides; y que, para demostrar el lugar donde se hallan, se sirvió de las conjeturas y razones que arriba señalamos haber movido al Almirante a tener por cierto que tales islas estaban en las partes occidentales; y así cabe afirmar que Oviedo, no sólo quiere fingir nueva autoridad en sus escritos, sino que por inadvertencia o por querer complacer al que le dijo estas cosas (pues es cierto que él no las entendía) se inclinó a dos hechos contrarios, cuya repugnancia era suficiente para manifestar su error. Porque si los cartagineses, como él dice, arribaron a Cuba o a la Española, y encontraron que aquella tierra no estaba poblada más que de animales, ¿cómo será verdad que los españoles la poseyeron mucho tiempo antes, y que su rey Héspero le había dado el nombre? Salvo si por ventura no dice que algún diluvio la dejó desierta, y que después otro Noé la volvió al estado en que fue descubierta por el [-83;84-] Almirante. Pero porque ya estoy cansado de tal disputa, y me parece que están hastiados los lectores, no quiero extenderme más sobre esto, sino seguir mi historia.

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Capítulo XI

Cómo el Almirante se indispuso con el Rey de Portugal con motivo del descubrimiento que le ofreció de las Indias

[pp. 85-86]

(…) Partido, pues, Bartolomé para Inglaterra, quiso su suerte que cayese en manos de corsarios, los cuales [-85;86-] le despojaron, como también a otros de su nave. Por cuyo motivo y por la pobreza y enfermedad que en tan diversas tierras le asaltaron cruelmente, prolongó por mucho tiempo su embajada hasta que, adquirida un poco de autoridad con los mapas que hacía, comenzó a tener pláticas con el rey Enrique VII, padre de Enrique VIII, que al presente reina, al cual presentó un mapa mundi en el que estaban escritos estos versos que yo hallé entre sus escrituras y que serán puestos aquí más por su antigüedad que por su elegancia:

Terrarum quicumque, cupis feliciter oras

Noscere, cuneta decens docte pictura docebit,

Quam Strabo affirmat, Ptolomacus, Plinius atque

Isidoras: non una tamen sententia quisque.

Pingitur hic etican nuper sulcata carinis

Hispanis Zona illa, prius incógnita genti,

Tórrida, quae tándem nunc est notissima multis. (latin)

 

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Capítulo XII

Salida del Almirante de Portugal y pláticas que tuvo con los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel.

[pp. 88-89]

(…) Porque algunos decían que, pues al cabo de tantos millares de años que Dios creó el mundo, no habían tenido conocimiento de tales tierras, tantos y tantos sabios y prácticos en las cosas del mar, no era verosímil que el Almirante supiese más que todos los pasados y presentes. Otros, que se inclinaban más al razonamiento de la Cosmografía, decían que el mundo era de tan inmensa grandeza, que no era creíble que bastasen tres años de navegación para llegar al fin del oriente, adonde él quería navegar; y para corroborar su propósito, aducían la autoridad que Séneca expone en una de sus obras, por vía de disputa, diciendo que muchos sabios discordaban entre sí acerca de esta cuestión: si el océano era infinito; y dudaban si pudiera ser navegado, y aun cuando fuese navegable, si a la otra parte se encontrarían tierras habitables a las cuales se pudiese ir. A lo que agregaban que de esta esfera inferior de agua y de tierra, no estaba poblada más que una zona o pequeña faja que en nuestro hemisferio quedó encima del agua, que todo lo demás era mar, y que no se podía navegar, ni recorrer, sino cerca de las costas y riberas. Y cuando los sabios concediesen que se podía llegar al fin de Oriente, admitirían también que se podía ir desde el fin de España hasta el último Occidente. Otros disputaban acerca de esto, como en otro tiempo los portugueses acerca de la navegación de Guinea, diciendo que si se alejase alguno a caminar derecho al occidente, como el Almirante decía, no podría después volver a España, por la redondez de la esfera; teniendo por certísimo que quien quiera que saliese del hemisferio conocido por Ptolomeo, andaría hacia abajo, y después le sería imposible dar la vuelta, pues afirmaban que esto sería lo mismo que subir a lo alto de un monte; lo que no podrían hacer los navios ni con grandísimo viento. Pero aunque a todas estas dificultades dio conveniente solución el Almirante, sin embargo cuanto más eficaces eran sus razones, tanto menos las entendían por su ignorancia; pues cuando uno envejece con poco [-88;89-] fundamento en la Matemática, no puede alcanzar la verdad, por las falsas reglas impresas en su inteligencia desde el principio. Finalmente, todos ellos decían, ateniéndose a un proverbio castellano, que en aquello que no parece razonable, suele decir, duda San Agustín, porque dicho santo, en el capítulo noveno del vigésimo primero libro de Civitate Hedí, reprueba y tiene por imposible que haya antípodas, y que se pueda pasar de un hemisferio a otro; así que, prevaliéndose también contra el Almirante de las fábulas que se cuentan de las cinco zonas, y de otras mentiras que tenían por verísimas, se revolvieron a juzgar la empresa por vana e imposible, y que no convenía a la gravedad y alteza de tan grandes príncipes moverse por tan débiles informaciones.

 

versión polaca

 

 

 

Capítulo XXXI Cómo el Almirante se dirigió a la Española, y lo que en ella vio

[p. 124]

Habiendo el Almirante navegado ciento siete leguas hacia Levante por la costa de Cuba, llegó al cabo oriental de ésta, y le puso de nombre Alfa; de allí, miércoles, a 5 de Diciembre, salió para ir a la Española, que distaba diez y seis leguas de Alfa, con rumbo al Este (…).

 

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Capítulo XLVI

Cómo el Almirante salió de la Gomera, y atravesando el Océano halló las islas de los Caribes

[pp. 159-160]

El mismo sábado, de noche, se vio el fuego de San Telmo, con siete velas encendidas, encima de la gavia, con mucha lluvia y espantosos truenos. [-159;160-] Quiero decir que se veían las luces qué los marineros afirman ser el cuerpo de San Telmo, y le cantan muchas letanías y oraciones, teniendo por cierto que en las tormentas donde se aparezca, nadie puede peligrar. Pero, sea lo que sea, yo me remito a ellos; porque si damos fe a Plinio, cuando aparecían semejantes luces a los marineros romanos en las tempestades del mar, decían que eran Castor y Polux; de los que hace mención también Séneca, al comienzo del libro primero de sus Naturales.

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Capítulo LXIII

Cómo el Almirante fue a España para dar cuenta a los Reyes Católicos del estado en que dejaba la isla Española

[p. 224]

La cacica o señora que tomaron, decía que toda la isla era de mujeres, y que aquellas que no les habían dejado llegar con sus barcas a tierra, eran también mujeres, excepto cuatro hombres de otra isla que estaban allí de paso, pues cierto tiempo del año suelen venir a recrearse y estar con ellas. Lo mismo hacían las mujeres de otra isla llamada Matinino, de las cuales referían lo que se lee de las amazonas; el Almirante creyó esto por lo que había visto en aquellas mujeres, y el ánimo y fuerza que mostraron. Dícese también que parecen dotadas de más inteligencia que las de otras islas, pues en otros lugares no miden el tiempo más que de día por el sol, y de noche, por la luna; mientras que estas mujeres contaban los tiempos por las estrellas, diciendo: cuando el carro sube, o tal estrella desciende, entonces es tiempo de hacer esto, o lo otro.

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Capítulo XCII

Cómo el Almirante partió de Cariay, fue a Cerabaró y Veragua, y nevegó hasta que llegó a Portobelo, cuyo viaje fue por costa muy provechosa

[p. 294]

Aquí fue la primera vez que se vio en las Indias muestra de edificio, y fue un gran pedazo de estuco que parecía estar labrado de piedra y cal, de que mandó el Almirante tomar un pedazo en memoria de aquella antigüedad.

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Capítulo CV

Cómo se supo lo acontecido en su viaje a Diego Méndez y a Fiesco

[p. 328]

(…) De noche se renovaba la mitad de los indios y de los cristianos, para bogar y hacer guarda, no fuese que los indios cometiesen alguna traición; navegaron toda aquella noche sin parar, de modo que a la venida del día estaban todos muy cansados; pero animando cada uno de los Capitanes a los suyos, y manejando ellos mismos alguna vez los remos, tomaron alimento para recobrar las fuerzas y el vigor, después de la mala noche pasada, y volvieron a su trabajo, no viendo más que agua y cielo. Era esto bastante para afligirles mucho, y de ellos podíamos decir lo que de Tántalo, que teniendo el agua sólo un palmo distante de la boca, no podía apagar la sed, como sucedía a los nuestros, que estuvieron en grandísimo trabajo por esto, a causa del mal gobierno de los indios, que con el gran calor del día y de la noche pasada, se habían bebido todo el agua, sin mirar adelante.

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