Napoleón Baccino Ponce de León

Maluco

Casa de las Américas

La Habana 1989

versión polaca

 

 

p. 32

En esas condiciones las gracias de tu Juanillo hicieron más por la moral de la empresa que la elocuencia y la pasión de los jefes. El Conde del Maluco inventa historias, licenciosas las más, como aquella de la Melibea que después de haber probado el miembro de su padrastro entre las piernas y el de su confesor en la boca, se había restregado contra varias de las altas damas de la corte procurando satisfacer sus ardores; y tan fogosa era, Alteza, queacabó enamorándose de un toro para lo cual y por hacerse montar había hecho construir un armatose en el que se colocaba en cuatro patas cubierta con la piel de una ternera y el animal, privado de otro contacto con las de su especie, le introducía el miembro, que era como un hierro candente, apoyándose en aquella estafalaria armazón.

¡Viérais, Majestad, a tus argonautas, tirados en cubierta bajo el sol, con los miembros tan erectos bajo los calzones que se diría una nueva escuadra de vigirisis mástiles navegando por obra y gracia de tu Juanillo Ponce!

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p. 64

Ahora dime. Alteza, quien así te entretiene en tu noble y monótono retiro con las gracias, que no las galanuras de su pluma, ¿no merece una pizca de tu cesárea piedad? ¿Es mucho pedir acaso que después de regocijaros con las mil y una calamidades de tus desconcertados argonautas, os intereséis un instante por la suerte de quien fue para gloria de tu reinado, el primer bufón del orbe todo?

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p. 76

Desde aquella altura por la que habían entrado nuestras almas, las, cinco negras naves eran tan pequeñas como cinco semillas flotando, en la corriente; parecía imposible que hubiéramos sido capaces de navegar en ellas. Al principio me extrañó que la flota estuviera allí, pero entonces me dije que a causa de sus nombres cristianos habían ganado el cielo ellas también y me pareció bien; podríamos aprovecharlas para cruzar el Leteo sin tener que soportar que aquel viejo desalmado de Caronte nos aporreara con el remo. ¡Un moment¡ —-me dije enseguida—, ¡éste es el Paraíso y no dejaré que ningún viejo cabrón me trate como si estuvera en el Infierno, no señor!

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pp. 80-81

Lo peor de esta profesión de nos que es la de ser fabricantes de ilusión y creadores de folganza, es que nadie nos toma en serio cuando hablamos en serio, ni se cuidan de nuestras prevenciones y avisos por atinados que ellos sean, que venimos en esto a parecemos a aquella señora Casandra, que con poder prevé el futuro, la maldición de don Apolo le impedía comunicárselo a los suyos, que se la [-80;81-] tomaban a la chacota y asistió así, impotente, a la ruina de su casa.

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p. 175

Te digo: las naves parecen incrustadas en este cristal pulido y plano que se junta con el cielo en un brumoso horizonte. Aquel toro furioso que bramaba bajo nuestras quillas, se ha transformado en una apacible y dulce vaca, muda y enigmática bajo la atenta mirada del sol. Un sol deliciosamente implacable, Alteza. ¿Sigo? Un sol de oro líquido, te digo, vertiéndose como miel caliente sobre nuestros vencidos hombros. Corriendo espeso por sobre el dorso esquelético de cada uno de vuestros argonautas. Penetrando con sus finas agujas de ámbar, la piel marchita y sin color.

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p. 201

Así que como no hay nada que hacer, nos la pasamos tendidos a la sombra de unas velas que hemos colocado de toldo. Y hablamos. Platicamos todo el día y casi toda la noche. Dormimos poco y hablamos mucho. Como para llenar el gran vacío que nos rodea. Y el propio vacío interior. Y el de las tripas también. Entonces se empeñan en recuperar un pasado ya demasiado lejano, siguiendo delicados hilos que acaban por cortarse o enredarse. Y se afanan otros por anticiparse a un futuro, también demasiado lejano, tejiendo su trama con líneas vacilantes o ditusas. Hasta que las líneas de los unos y las de los otros, acaban confundiéndose. Hasta que pasado y futuro es una maraña imposible de desenredar. Y tus argonautas, Penelopes embrollados en sus propias hebras.

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pp. 246-247

Pero lo que captó mi atención fueron los peces, Majestad. En mi vida imaginé formas y colores más caprichosos y llamativos. Eran como joyas, don Carlos. Joyas que harían empalidecer de envidia a la mejor vestida de las mujeres. Joyas como jamás lució la Emperatriz o adornaron tus coronas. Joyas creadas por el delirio del más grande de los orfebres reales. Para las que no habría joyelero encargado de guardarlas. Ni joyero capaz de copiarlas. Joyas del francés: joie. Y del latín: iocus, juego. Joyas de infinitos quilates. Y de infinitos materiales preciosos. De malaquita verde. De azurita pulida. De lapislázuli intenso y duro como el océano. De jade moteado. De ámbar. De cornalia roja como la sangre. De amatista. De jaspe veteado. Dde pórfido, como el vaso en el que guardas los perfumes. De cristal. De sardónica, en suntuosas monturas. De nácar. De ébano. De amaranto. De oro. De diamante azul y de diamante rosa. Peces como peces, los menos. Y peces como joyas, los más. Peces de mosaicos bizantinos. Como vitrales de Reims. Como bronces italianos. Como esmaltes de Venecia, con dibujos dorados sobre fondo azul y blanco. Como esmaltes de Limoges, con sus relieves sobre fondo azul. O grises, realzados con oro. O de reflejos amarillos y encarnados, como los moriscos. Peces como las lozas de Faenza con sus pinturas grotescas. Y del suave color de la nata, como las de Florencia. Peces como esos marfiles romanos que representan los animales del Paraíso. Y otros más delicados y sutiles, como los marfiles de París. Peces en forma de dragón. De camafeo veneciano. De pieza de ajedrez. De ángeles de bermejo. De unicornio. De quimera. De grifo alado. De aguamanil musulmán. De prendedor. De pendiente. De águila hierática de dos cabezas. Y de cetro de oro. De joyas para un día de joya.

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p. 310

Ahora dime, Alteza, ¿puedes imaginar acaso lo que sentíamos: en ese momento?

No, don Carlos, la verdad es que no puedes. Porque, para empezar tu casa es el mundo entero; y esto lo digo con pena, pues es como no tener casa. Para ti todas las ciudades son iguales, porque siempre las ves engalanadas con guirnaldas y arcos de triunfo y dioses romanos Y también sus habitantes, agitando banderas y dando vivas al rey con su mejor cara de fiesta, hasta que pasa el cortejo. Entonces cada cual vuelve a su rutina de siempre.

 

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